Estoy enamorada, si. Acaso olvide mi rostro en la bañadera en ese último baño dispuesta a relajar mi mente y tomar una decisión, decidir mi opción.
No miento, me enfrento, y redescubro un rostro lucido, transparente, con mis venas que delimitan la confluencia de mi visión. Mi sangre se acumula en los ojos dejándolos tibios y ciegos hacia una meta más. Es tanto el odio que poseo al no cumplir con lo que espero, que solo siento el fulgor de cometer un delito más, matarlo; violar cada cuerpo que se atreva a desafiar me en el tonto deseo de plasmar en mi una alegría, una ilusión.
Ellos no entienden, o quizás solo veo algo diferente cuando contemplo mi imagen. Deberían pedir clemencia ante mi perfección.
No quise caer en la tentación, pero cedí a ella en su máximo esplendor,me olvide de quien era para formular un personaje mejor. Ante el murmullo ajeno en lo más vil de mi conciencia, dejaron ver lo que nunca antes había podido ver. Lo amaba. Y había quedado deslumbrada al poder vencer tanta admiración propia que comencé a pasmar una persona conocida en la cumbre de mis placeres. Mi tono de voz se pausaba cuando mencionaba su nombre, saboreaba cada letra, descifrando que era lo que me había hecho tanto enamorar. Podría ser una idiota del resto, pero estaba locamente entregada a un sentimiento que podía acariciar después de tantos años de haberlo visto. Era algo tan real, que dude de mi religión al tener en mis manos algo tan sublime y etéreo como el amor que sentía por mi hombre.